Historias personales, Vivir bajo la ocupación rusa y huir de Ucrania
Nastia, ¿Dónde te encontrabas tú y tu familia el 24.02.22? Sé que vivías en una casa nueva en la zona de Bucha. ¿Os mudasteis ahí mucho antes de la invasión rusa a gran escala?
El 24 de febrero de 2022 nos despertó el ruido de explosiones. Nos acabábamos de mudar a una casa nueva en las afueras de Kyiv, a 15 kilómetros. Solo llevábamos viviendo ahí unos 4 meses, celebramos la Nochevieja, empezamos a conocer a los nuevos vecinos. Incluso le pedí a mi marido que trajera mis herramientas de la peluquería para empezar a hacer peinados en casa y así conocer a más personas. Gracias a Dios que lo hizo porque de lo contrario no volvería a ver mis tijeras y mi profesión fue mi único refugio en los primeros días en España.
La mañana del 24 de febrero trajo caos, pánico, explosiones y un miedo difícil de describir con palabras. Sobre todo por miedo por mi hija. También nos llevamos a nuestra casa a nuestras madres que vivían en la capital porque pensamos que estar en la ciudad sería peor. Al cabo de unos días las batallas ya se estaban dando a un campo de nosotros. Lo podíamos ver todo, los tanques, las explosiones, el humo. Todo ardía en llamas.
¿Cuánto tardasteis en comprender que ya estabais en ocupación?
Al tercer día comprendimos que nuestra zona ya estaba ocupada. Al principio pensábamos que simplemente estábamos sin luz, agua, teléfono y las batallas estaban al rededor de nosotros, pero en realidad estábamos completamente aislados. Nos encontrábamos un paco a las afueras de Bucha y por eso los rusos no entraron enseguida. Puede que así fuera mejor porque nos dio un poco de tiempo para orientarnos.
Al cabo de tres días los rusos derribaron un avión ucraniano y cayó encima de una torre eléctrica, dejándonos sin luz ni agua. En una casa particular todo depende de ello. Menos mal que en el pueblo un hombre se había construido un restaurante en el estilo provenzal, blanco y bonito, y antes de irse nos dejó las llaves porque ahí había agua filtrada, un generador potente y todo funcionaba. Gracias a él pudimos salir adelante.
¿Cómo sobrevivisteis y sobrellevasteis ese mes? ¿Había suficiente comida?
El responsable de nuestra urbanización y el responsable de la seguridad del complejo no se fueron, no nos dejaron. Aún teníamos un poco de cobertura en los móviles. El responsable nos escribió un día para reunirnos todos a las 14:00 en el restaurante para obtener información. Así empezamos a reunirnos ahí a diario. Cocinábamos comida para todos en cacerolas gigantes, preparábamos borsch. Como todos vivíamos fuera de la ciudad, teníamos comida en los congeladores.
En la calle hacía frío y en las casas, casi igual. Quien no tenía chimenea lo pasaban especialmente mal porque las casas son grandes y de techos altos. Nosotros permanecíamos en casa al lado de la chimenea para calentarnos. Los niños también se quedaban todo el tiempo al lado de las chimeneas, jugando, durmiendo. Incluso intentamos hacer pan en la chimenea porque no teníamos y nos apetecía mucho un poco de pan. A las 7 de la tarde todos teníamos sueño porque parecía que el sueño ayudaba, aunque las explosiones de la noche seguían ahí, a la 1, a las 3, a las 5, a las 7…
En una de las reuniones nos dijo el responsable de seguridad que los rusos ya estaban en el complejo y nos fuimos corriendo a nuestras casas. Corríamos con la comida en las manos, todos juntos, mi madre, mi suegra, mi hija. Fue horrible. Como si estuvieras en una pesadilla, intentas correr, pero sientes que permaneces inmóvil. Chocante. Un instante como si fuera toda una eternidad. Llegamos a casa y nos quedamos ahí. Menos mal que no llegamos a terminar las obras y teníamos todo a medio hacer, las ventanas pintadas ocultaban nuestra presencia. Las vallas eran altas y se veían montañas de arena, como si fuera una obra paralizada. Vimos desde la ventana del segundo piso un coche militar con una “Z” dibujada, después oímos los disparos de una metralleta. Se acabó.

¿Comprendisteis que todo había cambiado y vuestras vidas corrían peligro?
Sí. Cuando llegaron los rusos, sacaron a los responsables y a sus hijos a la calle y empezaron a disparar por encima de sus cabezas. Todos estaban aterrados y mi hija lo vio todo. Le temblaban las manos y las piernas. Durante mucho tiempo después tuvo episodios de ataques de pánico.
Los rusos dijeron que a lo mejor nos dejaban marchar, pero teníamos que dejar las casas abiertas para que ellos pudieran entrar y llevarse lo que quisieran. “Avisad a todos, que nadie cierre las puertas.”
Por la noche te acostabas y entendías que podrían entrar en cualquier momento. Una noche ocurrió de verdad. También venían de día. Permanecíamos en casa y mi hija tenía ataques de pánico. Cuando ella escuchaba disparos o explosiones, solo podía quedarse quieta junto al perro sin moverse.
¿En qué momento decidiste huir, cómo lo conseguiste y a dónde fuiste?
Todo cambió en un momento. A las 9 de la mañana de un día nos consiguió llamar una vecina y decir que se podía salir a mediodía, nada más. Empezamos a hacer las maletas, a buscar gasolina. Nos metimos en el mismo coche las dos abuelas, dos perros, dos gatos, mi hija, mi marido y yo. Al salir a la carretera vimos que no podíamos seguir fácilmente. Todo estaba destruido como en una película. Había pasado un mes de batallas y enfrentamientos. Había brazos y piernas por doquier. De los arbustos colgaban restos humanos y grandes armatostes. Al conducir debíamos elegir si pasábamos por encima de los cuerpos o restos metálicos. Nos daba miedo pisar los trozos metálicos por si pinchábamos las ruedas…
Nos alcanzó un coche militar con la “Z” dibujada. Estaban apuntándonos y sabíamos que podían matar a todos si no nos querían dejar marchar. De algún modo pudimos salir prometiendo que habíamos dejado abiertas nuestras casas con todas las pertenencias.
Al salir de Bucha, ¿comprendías que estabas abandonando Ucrania? ¿Hacia dónde ibas?
No, al principio nos dirigíamos hacia el Oeste de Ucrania porque pensábamos que esta situación se resolvería en unas semanas. Vivimos dos semanas en una especie de cabaña, pero seguían las explosiones, las alarmas antiaéreas y comprendimos que tampoco estábamos a salvo ahí. Entendí que yo debía tomar una decisión y responsabilizarme de mi hija y mi madre, ya que mi marido no podría salir del país. Alguien de nuestros conocidos nos contó que podríamos ir a Polonia y que en los hoteles para ucranianos había sitio. Emprendimos un largo viaje: mi madre, mi hija, uno de nuestros perros y yo. De camino me enteré de que ya no había sitio y vamos hacia lo desconocido. Por la noche paramos en un pueblo polaco y tocamos diferentes puertas. En una casa nos abrió una mujer y sin saber su idioma le dije en ucraniano “Buenas noches, venimos de Ucrania”. Nos acogieron, nos hicieron un te caliente y nos ubicaron en casa de una abuelita, salvándonos así de aquella situación.
Tu camino no te condujo directamente a España. Acabaste aquí, como muchas otras personas, de casualidad. ¿Cómo terminaste en Albir, una pequeña población de la Costa Blanca?
Durante la primera semana en Polonia estuvimos solo comiendo y durmiendo, completamente agotados. Mi madre decidió quedarse en Polonia y nosotras seguimos adelante. Pasamos por la ciudad de Praga, por Italia, Francia, pero no encontrábamos un refugio duradero. Una vez una amiga me dijo que debía ir donde me sentí bien en alguna ocasión. Cerré los ojos y recordé mis viajes. Había un lugar que me evocaba los mejores recuerdos y sensaciones, era España. Así decidí en aquel instante que mi lugar estaba a 3000 km de donde me encontraba. Casualidad.
por Yulia Tarasiuk
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